sábado, 31 de julio de 2010

TRANSFORMADOS A SU IMAGEN


Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3: 18.)

Jesús, en su humanidad glorificada, ascendió a los cielos para interceder por nosotros, almas abrumadas por el pecado. "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia" (Hebreos 4: 15, 16). Continuamente deberíamos mirar a Jesús, el autor y consumador de la fe; pues contemplándolo seremos transformados a su imagen, nuestro carácter será hecho semejante al de El. Deberíamos regocijarnos de que todo el juicio ha sido dado al Hijo, porque en su humanidad ha conocido todas las dificultades que acechan a la humanidad.

Ser santificado es participar de la naturaleza divina, captando el espíritu y la mente de Cristo, aprendiendo siempre en la escuela de Cristo. "Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria... como por el Espíritu del Señor". Es imposible para cualquiera de nosotros producir este cambio por nosotros mismos. Es el Espíritu Santo, el Consolador, que Jesús dijo que enviaría al mundo, quien cambia nuestro carácter a la semejanza de Cristo; y cuando esto se ha realizado, reflejarnos como en un espejo la gloria del Señor. Esto es, el carácter de quien mira así a Cristo es tan parecido al de El, que quien lo mira ve el carácter de Cristo como en un espejo. Aunque no lo notemos, cada día nuestros caminos y nuestra voluntad se transforman en los caminos y la voluntad de Cristo, en la hermosura de su carácter. Así crecemos en Cristo, e inconscientemente reflejamos su imagen.

Los profesos cristianos se mantienen demasiado cerca de los pantanos de esta tierra. Sus ojos sólo están adiestrados para ver las cosas comunes, y sus mentes se detienen sólo en las cosas que sus ojos ven. Su experiencia religiosa es a menudo superficial e insatisfactoria, y sus palabras son frívolas y sin valor. ¿Cómo pueden los tales reflejar a Cristo? ¿Cómo pueden irradiar los brillantes rayos del Sol de justicia a todos los rincones oscuros de la tierra? Ser cristiano es ser semejante a Cristo.
Enoc. . . estuvo siempre bajo la influencia de Jesús. Reflejaba a Cristo en carácter, exhibiendo las mismas cualidades de bondad, misericordia, tierna compasión, simpatía, paciencia, mansedumbre, humildad y amor. Su asociación con Cristo día tras día lo transformó en la imagen de Aquel con quien había estado tan íntimamente en contacto.

Reflejemos a Jesús (EW)

martes, 27 de julio de 2010

LA ILIMITADA COMPASIÓN DE CRISTO



Para que cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias. (S. Mateo 8: 17)

Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para ministrar incansablemente la necesidad del hombre. "Tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias", fin de poder ministrar a toda necesidad de la humanidad . Vino para quitar la carga de enfermedad, miseria y pecado. Era su misión traer completa restauración a los hombres; vino para darles salud, paz y perfección de carácter.

Diversas eran las circunstancias y necesidades de aquellos que solicitaban su ayuda, y ninguno de los que acudían a El se iba sin haber recibido ayuda. De El fluía un raudal de poder sanador, y los hombres eran sanados en cuerpo, mente y alma.

La obra del Salvador no se limitaba a lugar o tiempo alguno. Su compasión no conocía límites. Verificaba su obra de curación y enseñanza en tan grande escala que no había en toda Palestina edificio bastante amplio para contener las multitudes que acudían a El.

En las verdes laderas de las colinas de Galilea, en los caminos, a orillas del mar, en las sinagogas, y en todo lugar donde se le podía llevar enfermos, encontraba su hospital. En toda ciudad, todo pueblo, toda aldea donde pasara, imponía las manos a los afligidos, y los sanaba. Dondequiera que hubiese corazones listos para recibir su mensaje, El los consolaba con la seguridad del amor de su Padre celestial. Durante todo el día servía a los que acudían a El; y por la noche atendía a los que durante el día debían trabajar para ganar una pitanza con que sostener a sus familias.

Jesús llevaba el peso aterrador de la responsabilidad por la salvación de los hombres. El sabía que a menos que hubiese un cambio radical en los principios y propósitos de la especie humana, todo se perdería. Tal era la carga de su alma, y nadie podía apreciar el peso que descansaba sobre El. En la niñez, en la juventud y en la edad viril, anduvo solo...

Día tras día hacía frente a pruebas y tentaciones; día tras día se hallaba en contacto con el mal, y presenciaba su poder sobre aquellos a quienes El trataba de bendecir y salvar. Sin embargo, no desmayaba ni se desalentaba. . .
Siempre se mostró paciente y gozoso, y los afligidos lo saludaban como un mensajero de vida y paz. Veía las necesidades de hombres y mujeres, de niños y jóvenes, y a todos daba la invitación: "Venid a mí". . .

Mientras pasaba por los pueblos y las ciudades, era como una corriente vital que difundía vida y gozo.

Reflejemos a Jesús (EW)

sábado, 24 de julio de 2010

CRISTO NOS DA EL AGUA VIVA




En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. (S. Juan 7: 37, 38)

El sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que conmemoraba la acción de golpear la roca en el desierto. Esa roca era un símbolo de Aquel que por su muerte haría fluir raudales de salvación a todos los sedientos. Las palabras de Cristo eran el agua de vida. Allí en presencia de la congregada muchedumbre se puso aparte para ser herido, a fin de que el agua de la vida pudiese fluir al mundo. Al herir a Cristo, Satanás pensaba destruir al Príncipe de la vida; pero de la roca herida fluía agua viva. Mientras Jesús hablaba al pueblo, los corazones se conmovían con una extraña reverencia y muchos estaban dispuestos a exclamar, como la mujer de Samaria: "Dame esa agua, para que no tenga yo sed" (S. Juan 4: 15).

Jesús conocía las necesidades del alma. La pompa, las riquezas y los honores no pueden satisfacer el corazón. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". Los ricos, los pobres, los encumbrados y los humildes son igualmente bienvenidos. El promete aliviar el ánimo cargado, consolar a los tristes, dar esperanza a los abatidos.

Muchos de los que oyeron a Jesús lloraban esperanzas frustradas; muchos alimentaban un agravio secreto; muchos estaban tratando de satisfacer su inquieto anhelo con las cosas del mundo y la alabanza de los hombres; pero cuando habían ganado todo encontraban que habían trabajado tan sólo para llegar a una cisterna rota en la cual no podían aplacar su sed. Allí estaban en medio del resplandor de la gozosa escena, descontentos y tristes. Este clamor repentino: "Si alguno tiene sed", los arrancó de su pesarosa meditación, y mientras escuchaban las que siguieron, su mente se reanimó con una nueva esperanza. El Espíritu Santo presentó delante de ellos el símbolo hasta que vieron en Él el inestimable don de la salvación.

El clamor que Cristo dirige al alma sedienta sigue repercutiendo, y llega a nosotros con más fuerza que a aquellos que lo oyeron en el templo en aquel último día de la fiesta. El manantial está abierto para todos. A los cansados y exhaustos se ofrece la refrigerante bebida de la vida eterna. Jesús sigue clamando: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". "Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (Apocalipsis 22: 17; S. Juan 4: 14).

martes, 20 de julio de 2010

CRISTO SE SACRIFICO POR NOSOTROS



Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos por todos.(Hebreos 2: 9.)
El Señor creó al hombre puro y santo. Pero Satanás lo descarrió, pervirtiendo sus principios y corrompiendo su mente, encaminando sus pensamientos por senderos errados. Su propósito era corromper enteramente al mundo.

Cristo vio el terrible peligro del hombre, y determinó salvarlo por medio de su propio sacrificio. Para cumplir su propósito de amor por la raza caída se hizo hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. . . Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (Hebreos 2: 14-18).

Por medio de la acción del Espíritu Santo, un nuevo principio de poder mental y espiritual debía alcanzar al hombre, quien, por su asociación con la Divinidad, habría de ser uno con Dios. Cristo, el redentor y restaurador, habría de santificar y purificar la mente del hombre, haciéndola un poder para atraer a otras mentes hacia El. Por medio del poder santificador y elevador de la verdad, es su propósito dar al hombre nobleza y dignidad. Desea que sus hijos revelen su carácter, ejerzan su influencia, para que otras mentes puedan ser atraídas a la armonía con la mente divina...

Por causa de nuestra culpa, Cristo podía haberse alejado de nosotros. Pero en lugar de hacerlo, vino a morar entre nosotros, lleno de la plenitud de la Divinidad, para ser uno con nosotros, para que por medio de su gracia alcanzáramos la perfección. Por una muerte de vergüenza y sufrimiento pagó nuestro rescate. Descendió de las alturas, su divinidad vestida de humanidad, bajando escalón tras escalón hasta las más bajas profundidades de la humillación. Ninguna medida puede sondear la profundidad de su amor . . .

Me maravilla que los profesos cristianos no puedan captar los recursos divinos, que no puedan ver más claramente la cruz, como medio de perdón, como medio de poner el orgulloso y egoísta corazón del hombre en contacto directo con el Espíritu Santo, para que las riquezas de Cristo puedan ser derramadas en su mente, y que el agente humano esté adornado con las gracias del Espíritu, para que Cristo pueda ser recomendado a los que no le conocen.

Reflejemos a Jesús. (EW)

domingo, 18 de julio de 2010

UN MAESTRO ENVIADO DE DIOS



Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo... para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. (Gálatas 4: 4, 5.)

En ocasión de la primera venida de Cristo, tinieblas cubrían la tierra y oscuridad las naciones. La verdad miraba desde los cielos y en ninguna parte podía discernir el reflejo de su imagen. La oscuridad espiritual había cubierto el mundo religioso, y esta oscuridad era casi universal y completa...

Todo proclamaba la urgente necesidad que tenía la tierra de un Maestro enviado de Dios, un Maestro en quien se hubieran unido la divinidad y la humanidad. Era esencial que Cristo apareciera en forma humana, y estuviera a la cabeza de la raza humana, para elevar a los caídos seres humanos.

Cristo se ofreció para poner a un lado su manto real y su corona regia, y venir a esta tierra para mostrar a los seres humanos lo que pueden llegar a ser si cooperan con Dios. Vino para brillar en medio de la oscuridad, para disipar las tinieblas con el resplandor de su presencia...

En consulta, el Padre y el Hijo decidieron que Cristo debía venir al mundo como un niño, y vivir la vida de los seres humanos desde la niñez hasta la madurez, soportar las pruebas que ellos deben soportar, y al mismo tiempo vivir una vida sin pecado, como para que los hombres pudieran ver en El un ejemplo de lo que podrían llegar a ser, y para que El supiera por experiencia cómo ayudarles en sus luchas con el pecado. Fue probado como es probado el hombre, tentado como es tentado el hombre. La vida que vivió en este mundo la pueden vivir los hombres por medio de su poder y bajo sus instrucciones...

Los patriarcas y los profetas habían predicho la venida de un distinguido Maestro, cuyas palabras estarían revestidas con poder y autoridad invencibles. Habría de predicar el Evangelio a los pobres, y proclamar el año aceptable del Señor. Habría de traer juicio a la tierra; las costas debían esperar su ley; las naciones andarían a su luz, y los reyes al resplandor de su nacimiento. El era el "ángel del pacto" y el "Sol de justicia"...

Y "cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo"... El Maestro celestial había venido. ¿Quién era? Nada menos que el Hijo de Dios mismo. Apareció como Dios y al mismo tiempo como el Hermano mayor de la raza humana. Signs of the Times, 17 de mayo de 1905.
Practicaba lo que enseñaba... El era lo que enseñaba. Sus palabras no sólo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter. No sólo enseñó la verdad; El era la verdad. Eso fue lo que dio poder a su enseñanza.


Reflejemos a jesús (EW)

sábado, 17 de julio de 2010

CRISTO: UNO CON EL PADRE DESDE LA ETERNIDAD



Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. (S. Mateo 1: 23.)

"La luz del conocimiento de la gloria de Dios", se ve "en el rostro de Jesucristo". Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era "la imagen de Dios", la imagen de su grandeza y majestad, "el resplandor de su gloria". Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra obscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser "Dios con nosotros". Por lo tanto, fue profetizado de El: "Y será llamado su nombre Emanuel".

Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. El era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: "Yo les he manifestado tu nombre" -"misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad"-, "para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos".

Pero no sólo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual "desean mirar los ángeles", y será su estudio a través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que "no busca lo suyo" tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre. . .

Contemplamos a Dios en Jesús. Mirando a Jesús, vemos que la gloria de nuestro Dios consiste en dar. "Nada hago por mí mismo", dijo Cristo; "me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre". "No busco mi gloria", sino la gloria del que me envió (S. Juan 8: 28; 6: 57; 8: 50; 7: 18). En estas palabras se presenta el gran principio que es la ley de la vida para el universo. Cristo recibió, todas las cosas de Dios, pero las recibió para darlas. Así también en los atrios celestiales, en su ministerio en favor de todos los seres creados, por medio del Hijo amado fluye a todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve, en alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran Fuente de todo. Y así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida.

"Reflejemos a Jesús" (EW)