Señor, esta noche me conduelo por ti, soy un hijo privilegiado, duermo seguro, satisfecho, nada amenaza, ninguna llaga de abandono doliente en solitario lecho, quiebra mi saludable bienestar; no respiro la angustia aterradora del corazón herido de muerte.
Ningún pobre africano ensucia mi ventana cos sus enfangadas manos , ni mira al interior con ojos enfermos de hambre y desamor. ¡¡Pero hay miles alrededor de tus ventanas!! Ningún maldito y desheredado de casa y familia me reclama el césped para hacer su cama esta noche.
Ningún sollozo desesperado, desconsolado me estremece desde antros de vicio ni me alarma el gélido lamento del suicida en su último gesto, no me aflige el jadeo de ningún soldado herido lejos de su tierra.
No me perturba el ruido del frenazo, el choque y el silencio que sigue en la calle ensangrentada. Ni siquiera llego a imaginar la razón de las lágrimas tras la puerta de enfrente.
Pero durante las horas que las estrellas velan, tú no puedes dormir. Tú no puedes pasar a la otra acera, ni mirar hacia el otro lado. Tú recoges cada punzada de dolor y cuentas nuestros suspiros. Tuya es la agonia torturadora de sentir nuestra tragedia universal.
Señor, esta noche me conduelo por ti.
Autor: Robert Wieland
"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12)
domingo, 30 de agosto de 2009
Tu me encontraste a Mi
Tu me encontraste amí, no te buscaba; pero tu amor, Señor estaba en vela; y mientras entre sombras mi alma erraba , era tu amor despierto centinela.
Largo camino recorriste un día siempre yendo, Señor , tras mis huellas y tu fuiste seguro y firme Guía en medio de la noche sin estrellas.
Fue por buscarme a mi que te hermanaste con la miseria y el dolor humano y por ir tras de mí te fatigaste y sangraste, Señor, de pies y manos.
Tú me buscaste a mi; frente a la puerta llamaste con paciencia inagotable hasta que al fin, Señor, la dejé abierta y entraste tú con tu sonrisa amable.
Y entonces mi morada silenciosa se llenó de música divina; y en mi desierto floreció la rosa y hubo corrientes de agua cristalina.
Autor: Francisco Estrello
Largo camino recorriste un día siempre yendo, Señor , tras mis huellas y tu fuiste seguro y firme Guía en medio de la noche sin estrellas.
Fue por buscarme a mi que te hermanaste con la miseria y el dolor humano y por ir tras de mí te fatigaste y sangraste, Señor, de pies y manos.
Tú me buscaste a mi; frente a la puerta llamaste con paciencia inagotable hasta que al fin, Señor, la dejé abierta y entraste tú con tu sonrisa amable.
Y entonces mi morada silenciosa se llenó de música divina; y en mi desierto floreció la rosa y hubo corrientes de agua cristalina.
Autor: Francisco Estrello
lunes, 24 de agosto de 2009
Escuela Sabatica 3º trimestre 2009
Si quieres tener la Escuela Sabatica en tu Celular, solo tienes que descargar este archivo guardarlo en tu celular e instalarlo y empezar a disfrutar de poder leer la escuela sabatica en el colectivo, en la cola del banco o mientras esperas que el médico te atienda.
Que Dios te Bendiga!!!
http://www.mediafire.com/?sharekey=28536c0cb3bc16aba0f2f20c509059d9e04e75f6e8ebb871
Que Dios te Bendiga!!!
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lunes, 17 de agosto de 2009
UN PERRO LLAMADO CLANCY
"Para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros" (Hechos 17:27).
Se cuentan muchas historias de perros que han regresado a la casa de sus amos después de recorrer grandes distancias. La mejor de todas la leí en el libro El desconocido mundo de ¡os animales silvestres y domésticos, escrito por Vicente y Margarita Gaddis.
Desde cachorro y hasta los seis meses de edad, Clancy vivió con una familia radicada en la ciudad de Buffalo, Nueva York. Ahí estaba su hogar, que era el único que había conocido, y los miembros de ese hogar eran los únicos amigos que había tenido.
Cierto día la familia con la que vivía Clancy decidió mudarse a Michigan City, Indiana. Decidieron no llevar al perro. Pensaron que por ser muy joven se adaptaría fácilmente a vivir con otra familia del vecindario. Cuando se mudaron, lo dejaron con gente conocida de Buffalo. Aunque no le desagradaba el vecindario, Clancy no se sentía a gusto con sus nuevos amos, porque no eran su propia familia.
Un día. sin dar señal de advertencia, Clancy abandonó a sus amos y se fue del vecindario donde había nacido. Salió en busca de su querida familia. Podrás imaginarte que no sabía dónde empezar la búsqueda; pero esto constituye la parte conmovedora de la historia.
Seis meses más tarde llegó a Michigan City, ciudad situada a cientos de kilómetros de distancia en la que nunca había estado antes, y se puso a arañar la puerta de la casa donde vivía su propia familia. Había enflaquecido mucho y tenía las patas tan heridas que apenas podía mantenerse en pie: pero cuando la sorprendida familia lo dejó entrar, el perro no tardó en descubrir la alfombra que le había servido de cama. Después de inspeccionar el cuarto, se echó en la alfombra y se arrolló como en sus mejores días. Pronto dormía plácidamente. El hecho de que se encontrara en Michigan City, en el Estado de Indiana, no tenía importancia. Lo que realmente le interesaba era que finalmente había llegado a su hogar.
En nuestro caso, como cristianos, nuestro hogar se encuentra donde está Cristo, y recorreremos cualquier distancia para encontrarnos con él.
Se cuentan muchas historias de perros que han regresado a la casa de sus amos después de recorrer grandes distancias. La mejor de todas la leí en el libro El desconocido mundo de ¡os animales silvestres y domésticos, escrito por Vicente y Margarita Gaddis.
Desde cachorro y hasta los seis meses de edad, Clancy vivió con una familia radicada en la ciudad de Buffalo, Nueva York. Ahí estaba su hogar, que era el único que había conocido, y los miembros de ese hogar eran los únicos amigos que había tenido.
Cierto día la familia con la que vivía Clancy decidió mudarse a Michigan City, Indiana. Decidieron no llevar al perro. Pensaron que por ser muy joven se adaptaría fácilmente a vivir con otra familia del vecindario. Cuando se mudaron, lo dejaron con gente conocida de Buffalo. Aunque no le desagradaba el vecindario, Clancy no se sentía a gusto con sus nuevos amos, porque no eran su propia familia.
Un día. sin dar señal de advertencia, Clancy abandonó a sus amos y se fue del vecindario donde había nacido. Salió en busca de su querida familia. Podrás imaginarte que no sabía dónde empezar la búsqueda; pero esto constituye la parte conmovedora de la historia.
Seis meses más tarde llegó a Michigan City, ciudad situada a cientos de kilómetros de distancia en la que nunca había estado antes, y se puso a arañar la puerta de la casa donde vivía su propia familia. Había enflaquecido mucho y tenía las patas tan heridas que apenas podía mantenerse en pie: pero cuando la sorprendida familia lo dejó entrar, el perro no tardó en descubrir la alfombra que le había servido de cama. Después de inspeccionar el cuarto, se echó en la alfombra y se arrolló como en sus mejores días. Pronto dormía plácidamente. El hecho de que se encontrara en Michigan City, en el Estado de Indiana, no tenía importancia. Lo que realmente le interesaba era que finalmente había llegado a su hogar.
En nuestro caso, como cristianos, nuestro hogar se encuentra donde está Cristo, y recorreremos cualquier distancia para encontrarnos con él.
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