A tí me vuelvo, gran Señor que alcanzaste a costa de tu sangre y de tu vida la míseria de Adan, y donde él nos perdió, tú nos rescataste.
A tí, Pastor bendito, que buscaste de las cien ovejuelas la perdida y hallándola del lobo perseguida sobre tus hombros santos de la echaste.
A tí me vuelvo en mi aflicción amarga y a ti, Señor, te toca el darme ayuda que soy cordero de tu aprisco ausente,
y temo que a carrera corta o larga, cuando a mi daño tu favor no acuda, me ha de alcanzar esta infernal serpiente.
Amén.
Cervantes.
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